Hoy he puesto mi primera lavadora en Bremen. Y gracias a Dios, porque estaba a punto de empezar a darle la vuelta a los calzoncillos sucios... Todo ha sido muy rápido, me ha explicado mi casero que debo comprarle una moneda para echarle a una tragaperras de la casa y poder tener la energía suficiente para tener dos horas de lavadora. La moneda en cuestión es como las antiguas 25 pesetas que tenían un agujero en medio. Dos euros me cuesta cada monedita, y no se puede regatear el precio, creedme.
Ayer estuve en la residencia Galileo tomando unas buenas cervezas por la noche, y quien dice buenas cervezas dice unas cuantas latas de medio litro que cuestan menos de 30 céntimos cada una. Eso explica que por la mañana tuviera una extensa conversación con mi nuevo trono germano.
Bueno, también podría explicarlo la Big King XXL que desayuné ese mismo día por la mañana. De vuelta a casa desde la Galileo se me metió en el coco que quería unos fideos chinos de un puesto de Hauptbahnhof (más adelante haré un capítulo especial sobre estos fideos que me vuelven loco), y me bajé con Ernesto a ver si sonaba la flauta. Obviamente no sonó, eran las 5 y pico de la mañana, pero... ¡había un Burger King abierto! Así que allá que fuimos, a pedir unas buenas y grasientas hamburguesacas que nos supieron a gloria bendita.

Creí que la cita iba a ser breve pero no lo ha sido, durante la hora y pico de conversación he visto varias veces esa preciosa luz al final de un túnel. Encima, en repetidas ocasiones, mi ojo derecho se cerraba sin más, pesaba más que Falete después de un buffet libre. Sólo espero que las pataditas que me daba por debajo de la mesa no denoten que se haya pensado que quería algo más que organizar el papeleo universitario...
Una cosa que realmente no viene a cuento pero que si no la escribo reviento. El otro día vino una chica nueva a la clase de alemán con zapatillas caseras. Eran algo así como zuecos holandeses amarillos pero de andar por casa. "No hase falta desir nada más".
En el apartado de comidas, hoy me he hecho mi primera sopa. Y me he comido mi primer sobre de sopa entero en mi vida. Casi un litro de sopa que se mueve ahora mismo en mi estómago, donde flota una copa de mus de chocolate y una pastilla de ibuprofeno. Porque, como no podía ser de otra manera, me he puesto malo. Tengo un buen catarro, razón de más para que admire el valor de Jana al aguantar durante una hora y algo en su despacho a un jovenzuelo con pinta de mendigo que no ha parado de toser, beber agua y sonarse la nariz durante toda la mañana. Que Dios la bendiga.
Por último, en este blog mundialmente reconocido y seguido, quería dar un minuto de gloria al señor Joe Waldorf, que se ha empeñado en que este personaje debe triunfar en el mundo de la música.
¡Un bratso!